Este instrumento acompaña al ser humano desde la prehistoria.
Anteriores al año 20.000 a. de C. se han encontrado restos de hornos muy básicos, que el hombre desarrolló cuando intentó cocinar los alimentos que hasta entonces únicamente asaba en el fuego.
Se trataba de unos agujeros en el suelo donde quemaba la madera. Encima de las brasas se ponía la comida envuelta en hojas (generalmente carne). A continuación se tapaba con piedras o tierra y se dejaba cocinar con el calor.
Más adelante, en la época del antiguo Egipto, se diseñaron los primeros hornos. Su utilidad principal era la cocción del pan. Se trataba de una vasija de adobe con forma de campana dentro de la cual se encendía el fuego.
Cuando se obtenían los rescoldos, en los laterales de la vasija se pegaban las tortas y allí se dejaban cocer. Aún en la actualidad, se utilizan en ciertos países asiáticos unos utensilios parecidos a estos denominados hornos tandoori.
Los griegos sofisticaron este horno, abriéndole una boca en la parte frontal y cerrando la bóveda superior, de esta manera, evitaron que se escapara el calor. También diseñaron una base lisa para hacerlo más manejable.
Los romanos, a los que se les atribuye todo el mérito, solamente se encargaron de extenderlo por todo el imperio y popularizar su uso.